El Cosmismo ruso tiene una frase importante «El planeta es la cuna de la mente, pero no se puede vivir en la cuna para siempre».
Esta frase de Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky, considerado el padre de la cosmonáutica, es una de las ideas principales del llamado cosmismo ruso del que vamos a ocuparnos hoy.
Así Vladimir Soloviev introdujo el concepto de teohumanidad o humanidad divina, encarnada en la figura de Cristo.
Para él, la naturaleza y el ser Humano son parte de un mismo proceso evolutivo que los precede y los trasciende.
Continuando este proceso evolutivo, el ser humano se va despojando cada vez más de sus capas más violentas y primitivas y con el avance de la solidaridad y la compasión se va acercando a su aspecto más divino y espiritual.
Esa continuidad en la evolución implicaría que el ser humano también tenga un papel de co-creador y lleve dentro de sí un microcosmos.
Es una visión de inspiración cristiana, pero muy alejada de aquella que considera al ser humano un pecador condenado a un valle de lágrimas hasta el día del juicio final.
Nikolai Fedorov comparte esta concepción del ser humano como continuador de la obra de creación divina.
Para este filósofo y pensador ruso, la ciencia y la tecnología abren la posibilidad de regular toda la vida y los recursos naturales dando así un propósito al caos de la naturaleza.
Para Fedorov, la violencia y el egoísmo tienen su raíz en las carencias y en la finitud de nuestras vidas, dictada por la naturaleza.
Debemos unirnos para superar las limitaciones naturales, incluso la muerte, alcanzando la vida eterna y el paraíso en la Tierra.
Esta idea de que la tecnología puede llevarnos a superar todas nuestras limitaciones naturales, e incluso la muerte física, es una de las ideas del transhumanismo contemporáneo.
Un movimiento con epicentro en California que reconoce a Fedorov como uno de sus antecedentes y que especula con entusiasmo sobre las transformaciones radicales que los cambios disruptivos de la tecnología producirán en nuestras vidas.
Entre estos cambios, la ya cercana superación de la enfermedad y de la muerte.
Pero debemos reconocer que tenía mucha más gracia decir esto a finales del siglo XIX que ahora, cuando ya lo tenemos encima.
Pues bien, Fedorov iba más lejos y proponía resucitar a los muertos recomponiendo sus átomos dispersos y así liberar a toda la especie de su finitud, sus penalidades y la tristeza por la pérdida de los seres queridos.
Como con esto se iba a juntar mucha gente, no quedaba otra que la expansión de la humanidad por el cosmos, continuando la tarea de la creación.
Ante el rostro de las fuerzas cósmicas, cesan todos los intereses particulares.
El cosmos debe dominarse para satisfacer el interés general de todos los mortales.
Fedorov hoy es considerado el fundador de la filosofía cosmista rusa.
Pero no fue reconocido en vida y sus obras sólo circulaban restringidamente entre artistas y filósofos.
Y aunque algunos extremos de sus ideas no perduraron, sí se mantuvo el núcleo de esta visión en la que el ser humano es la culminación que da sentido a la evolución natural y tiene su destino en las estrellas.
Fedorov acogió a un niño casi sordo y le dio trabajo en una biblioteca.
Rodeado de libros, se fue formando e investigando por su cuenta.
Y así, superando sus limitaciones e inspirado por sus antecedentes cosmistas, Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky se convirtió en el padre de la cosmonáutica.
Ya antes de su muerte, en 1935, había formulado la ecuación del cohete que fundamenta toda la astronáutica.
Sus ideas y precisos diseños hicieron posible que el ser humano pusiera el primer satélite en órbita y que poco después volara al espacio en la persona de Yuri Gagarin.
Tsiolkovsky decía que «El planeta es la cuna de la mente, pero no se puede vivir en una cuna para siempre».
Para este maestro rural ruso, la expansión en el cosmos nos permitirá escapar de la tiranía de la Tierra y sus limitados recursos, y convertirnos en seres perfeccionados e inmortales.
Como para él, materia, vida y conciencia están en mutua relación con un universo vivo y como en todos los lados rigen las mismas leyes, la inteligencia necesariamente debe ser algo común en el cosmos.
Consideraba que, aunque no hayamos conectado aún con la vida extraterrestre, eso no demuestra que esta no exista.
En la época soviética se conservaron muchas formulaciones del cosmismo, pero ya despojadas de su fundamento religioso.
Es un cosmismo sin Dios.
Iván Antónovich Efrémov fue un influyente paleontólogo con importantes descubrimientos en el desierto de Gobi y creador de la Tafonomía, rama de la Paleontología que describe los procesos de fosilización y formación de los yacimientos.
Además, escribió novelas de ciencia ficción con un interés pedagógico.
En sus ficciones, plasma los ideales comunistas en una sociedad futura sin desigualdades materiales donde cada uno puede seguir su autodesarrollo mental y espiritual sin restricciones.
La humanidad está abierta al cosmos y conectada al gran anillo de las civilizaciones que han logrado superar sus contradicciones y evolucionar.
También el sustrato ideológico del cosmismo influyó en las tendencias científicas.
A mediados del siglo XX, la corriente principal en el mundo de la astrofísica sostenía la idea de que la historia humana sería apenas algo así como una anécdota fugaz, ocurrida en una mota de polvo perdida en el universo.
Sin embargo, había científicos influidos por el cosmismo ruso que dieron una nota diferente, al defender que la inteligencia tendría finalmente un papel relevante en la evolución del cosmos.
Este es uno de los temas a los que se dedicó el minerólogo y geoquímico ucraniano Vladimir Vernadsky.
Él defiende que la vida es la continuidad del proceso químico y energético de la materia inerte.
Después, el proceso evolutivo de los seres vivos tiende al desarrollo de un sistema nervioso complejo, lo que se conoce como cefalización.
Por su capacidad de cooperación y de transformaciones cada vez mayores de la corteza y la biosfera, la humanidad se está convirtiendo en una poderosa fuerza geológica.
Luego de la geosfera y la biosfera, la noosfera o esfera de la inteligencia, es la última capa de la evolución que tiende a expandirse más allá de la Tierra.
Y así podemos seguir el rastro del Cosmismo hasta llegar a nuestro contemporáneo Akop Nazaretián.
Nazaretián fue uno de los fundadores de la megahistoria, disciplina que concibe la historia geológica, biológica y social como una unidad continúa cruzada por diferentes vectores evolutivos que apuntan hacia una mayor complejidad.
Un ejemplo de estos vectores que se dan en las tres capas, es la Ley de la Diversidad Interna Excedente.
Esta ley explica que procesos evolutivos que se desarrollan en la periferia de un sistema, dejan de ser marginales en etapas de crisis y toman un rol central en la nueva fase generada tras el salto cualitativo.
Es decir, que alguna de las alternativas que hoy son marginales o periféricas, serán las protagonistas del mañana.
Ojalá ocurra esto también con las mejores ideas y propósitos del llamado Cosmismo ruso.
Para hacer una síntesis, el Cosmismo ruso nos habla sobre la divinidad del ser humano y su unidad con la creación y la vida; sobre su papel protagonista en el desarrollo de los planetas y el cosmos.
Sobre la unidad de toda la humanidad y su capacidad de crecimiento y desarrollo sin límites; y también de la posible existencia y encuentro con seres inteligentes de otros planetas.
Los que nos sentimos humanistas no podemos por menos que mirar con simpatía a estos amigos cosmistas que tan digno papel han reservado para el ser humano en la evolución del Universo.
El ser humano no es un error, no es una plaga, ni un cáncer de la naturaleza.
Es la conciencia que da sentido al mundo y que, en el desarrollo de su propósito esencial, llevará y hará florecer la vida y la inteligencia en el inmenso cosmos.
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